De poblado protohistórico
al oppidum ibérico

(siglos IX - II a.C.)

La principal diferencia con la etapa anterior estribará en la extensión del poblado por buena parte de la ladera Este. Ello significará, a efectos de transformación del cerro, el escalonamiento artificial de esta pendiente para la consecución de terrazas, más o menos homogéneas, sobre las que instalar las unidades domésticas, así como una serie de instalaciones artesanales que, ya en esta época (siglos VIII-VI a.C.), comienzan a ser más evidentes, y que, esencialmente, estarán relacionadas con la metalurgia del bronce e hierro y la alfarería.

Las estructuras domésticas experimentan una mayor complejidad basada, sobre todo, en la construcción de zócalos más elaborados y de mayor altura realizados en piedra, así como en la aparición de porches empedrados en las entradas de las cabañas, diseño que se ha podido documentar de una manera más completa en el vecino yacimiento pre y protohistórico de Ronda la Vieja (Acinipo). La planta de estas cabañas seguirá siendo circular u oval, soportando una techumbre vegetal en la que no parece emplearse el barro, a diferencia de la fase anterior, a tenor de la ausencia de restos de improntas de este material en los niveles del momento.

Pero la evolución en el urbanismo se va a manifestar, sobre todo, por el cambio paulatino que experimentarán los modelos constructivos autóctonos a raíz del contacto de las poblaciones del interior con las colonias fenicias de la costa mediterránea y atlántica. El intercambio comercial, origen de tales contactos, llevará aparejado un fenómeno de aculturación mutua que quedará reflejado en la adopción, por parte de las comunidades del interior, tanto de algunos avances tecnológicos (como la introducción del torno de alfarero para la fabricación de la cerámica y la metalurgia del hierro), como de determinadas formas de concebir los espacios domésticos y urbanos. Es pues resultado de ello, que las construcciones tradicionales de plantas circulares simples comiencen a transformarse poco a poco en espacios más complejos de plantas rectangulares, divididos en habitaciones, lo que supondrá asimismo la readaptación de la organización urbana, creándose así el precedente de lo que será posteriormente el urbanismo ibérico.

Por lo que sabemos, espacios domésticos y artesanales convivían yuxtaponiéndose unos a otros, como quedó demostrado en el solar número 56 de calle Armiñán, en el que se documentaron los restos pertenecientes a una instalación artesanal destinada a la fundición de metal muy próxima a estructuras de habitación domésticas. Sin embargo, tales instalaciones parecen presentar, en cuanto a su localización, una cierta lógica, ya que para su ubicación se eligen lo que identificamos como bordes del poblado (consecuentemente localizados en la ladera Este), siendo reiterativa la dedicación de estos lugares para labores artesanales. Sirva como ejemplo de esto el taller de fundición mencionado (perteneciente al siglo VIII a.C.), sobre cuyos restos se situará, dos siglos después, otro dedicado esta vez a trabajos alfareros. Existe, pues, ya en estos momentos, una cierta jerarquización en la estructura del poblado, tendencia que continuará y se consolidará en época ibérica. El urbanismo ibérico (siglos V-II a.C.), marcadamente influenciado por la corriente orientalizante iniciada en el periodo anterior, tendrá como principal característica la incorporación de viales claramente definidos que servirán de ejes estructurantes de la trama urbana, que comienza a denotar una cierta organización ortogonal en su diseño. Así, los restos de viviendas documentados arqueológicamente, presentan plantas de tendencia rectangular, trazadas con muros de mampostería de piedra, al menos en sus zócalos, ya que sus alzados probablemente fueran de tapial o tierra apisonada.

Pero desde el punto de vista de la planificación urbanística, lo más significativo son las actuaciones de urbanización que se llevarán a cabo en las terrazas naturales con el fin de dotarlas de mayor amplitud edificable, ya que hasta el momento la densidad de las construcciones estará limitada por las superficies que tal escalonamiento presentaba de forma natural.

En la Ronda ibérica, esta planificación se materializará en la consecución de una mayor plataforma en la tercera de las terrazas orientales del asentamiento, la que mejor documentada tenemos por su amplitud. Esta operación, constatada arqueológicamente en la manzana situada entre la calle Armiñán, callejón de los Tramposos y plaza Duquesa de Parcent, consistía en la alineación de restos de muros a ambos lados de una zona central, dispuesta en sentido longitudinal Norte-Sur, y formada a partir de una explanación artificial de más de 2 m. de anchura, llegándose incluso a trabajar la roca base para conseguir una superficie horizontal regular, libre de toda estructura. Los muros, que describían ángulos rectos pero que en ningún caso definían espacios completos, correspondían a interiores y exteriores de ámbitos domésticos, presentando sucesivas reformas y superposiciones a lo largo del tiempo

Por tanto, en la planificación urbana de época ibérica las terrazas más altas de la ladera oriental ahora son reservadas para usos residenciales, articulando espacios públicos/espacios privados, mediante la construcción de una calle de larga pervivencia, y casas situadas a ambos lados. La orientación de la calle, Norte-Sur, coincidiendo con la orientación de las terrazas de esa ladera Este, fija un sistema ortogonal de distribución para esta zona de la ciudad, que ya no será alterado hasta la actualidad.

Por su parte, en las terrazas más bajas así como en los bordes, documentadas respectivamente ente las calles Armiñán, Aurora y calle Tenorio, se localizarán las instalaciones artesanales e industriales. De ellas, contamos con los ejemplos del horno para cocción de cerámica a torno descubierto en 1989 entre las calles Armiñán y Aurora.

En lo que se refiere a las dimensiones del poblado en esta época, sabemos que su extensión abarcaba ya la totalidad del barrio de La Ciudad.

Todos estos cambios obedecen a las transformaciones experimentadas en un poblado que terminará convirtiéndose en un oppidum ibérico, o, lo que es lo mismo, en el lugar central de un territorio que representa el asiento del poder aristocrático y que actúa como foco de concentración de los bienes de consumo y de las relaciones sociales de producción. Es decir, un asentamiento que ya podemos considerar como auténticamente urbano.